Una de las principales cuestiones que nos plantean las obras de Miguel Bañuls, que podemos ver hoy, en el ciclo expositivo Arte último en la Lonja del Pescado, que, como es sabido, comisarío junto con Guillermina Perales, es la búsqueda de la ingravidez.
El siglo XIX asistió en la pintura a una verdadera revolución en cuanto a las temáticas y técnicas a utilizar para representar la realidad. La pintura traducida a pequeñas pinceladas o pequeños planos cuestionaba algunos principios considerados imperturbables. El impresionismo, con Monet, plantea una mirada pictórica sin recurrir al artificio de igualarse con la mirada del ojo humano. Había que destruir o al menos disminuir los efectos visuales de una pretendida reproducción fiel, virtuosa de la realidad, con una nueva concepción pictórica que así mismo cuestionaba la realidad. El temblor del pincel, la unión de esos puntos de color para formar el todo del cuadro, de la imagen, supuso también el que los escultores, fundamentalmente a partir de Rodin, modelaran, trataran el barro de manera similar a esta factura impresionista. Un modelado fresco de tacto fácil, virtuoso, hizo que la figuración, aunque siguiera presente de una manera importante, se desdibujara. Sobre todo en un artista como Medardo Rosso, cuyos torsos y cabezas aluden ya a una abstracción casi total que Brancussí, discípulo de Rodin, asumiría en su obra “recién nacido” (1920). Pero la materia, en este caso el bronce o la piedra, seguirá manteniendo ese peso específico que será durante muchas décadas una de las principales condiciones de la escultura. Sin embargo Picasso, con obras como “Guitarra” (1914) y los autores constructivitas como Tatlin, Rodchencko y los hermanos Gabo y Pevsner, (años 20), con el empleo de materiales como el papel, cartón, el plexiglás, liberaron a la escultura del peso, incluso asumiendo conceptos de la modernidad como la transparencia, la visualización a través de la propia escultura. Ahora, desde la consideración del espacio del hueco entre las formas, tratado por algunos autores, fundamentalmente Henry Moore, se pasa a otra dimensión en la confluencia de líneas y el espacio total. Ya la escultura de Julio González con el empleo del hierro en láminas llevará su experimentación a sus últimas consecuencias en obras tan expresivas como la Montserrat en 1937. A partir la segunda guerra mundial, de los años cincuenta, se produce la gran revolución de la escultura, el empleo de materiales completamente diferentes a los tradicionales. Se emplean los plásticos, el aluminio, el zinc, el cobre…. El escultor, a la hora de plantearse una obra en volumen, ya no piensa en un material definitivo como la piedra, el mármol, el bronce, sino en cualquier otro material que le aporte otro concepto o mayor expresividad. Como el caso de Oldenburg con sus esculturas de materiales blandos. El empleo de metacrilatos e incluso del poriestireno de alta y baja densidad ya no se reduce al boceto sino que integra la obra definitiva.
Miguel Bañuls, heredero directo de la saga de Vicente y de Daniel Bañuls, estudia en la escuela de San Fernando de Madrid y posteriormente se asienta en Alicante, con su tradición familiar de artistas escultores y pintores, que tenían una gran profesionalidad en el dominio de diferentes técnicas como el modelado, la talla, y de materiales y estructuras como constructores de monumentos que tenían una importante concepción arquitectónica. Miguel inicia su camino bajo esas expectativas y trabajos en los que el modelado y la talla, o el ensamblaje a través de la soldadura de hierro, son algunas de las características en la elaboración de su escultura. Escultores tan reconocidos por su innovación y experimentación, como Jaume Plensa, comienzan su obra trabajando sobre fundición en bronce y hierro hasta su investigación con el cristal y otros materiales como resinas, etc.
Y no es que en la escultura del siglo XXI, en su investigación sobre el espacio, el material no deba tener importancia, como en cualquier disciplina artística, en la que la concepción espacial no sea un elemento disgregador de lo pictórico o de la representación plana de la forma. El artista actual, el que sale de las academias de arte, se vincula más a ideas. Y partiendo de dibujos o del tratamiento digital reflexiona y decide la materia apropiada para resolver esos problemas. Miguel Bañuls ha propuesto un trabajo en el que la escultura no tiene necesariamente que poseer una evidencia física y de peso, elemento que sí ha utilizado en su obra anterior. Lo cual no quiere decir que no vuelva a la piedra o al hierro, pero en este momento ha surgido la curiosidad de resolver cuestiones espaciales relacionadas con materiales más livianos. Las finas láminas de aluminio o de hierro fueron las bases del inicio de unas obras en las que primaba el poder transportarlas, manejarlas y ubicarlas con agilidad dentro de un espacio, para comprobar sus posibilidades. Pero las planchas de metacrilato aportaban un elemento más a la forma espacial, volumétrica, por su transparencia y la posibilidad de jugar con ella. Interviene sobre sus formas con unas impresiones de plotter en negro, o color, buscando el paralelismo, lo que resuelve de una vez dos problemas: dar mayor visibilidad a las estructuras y jugar con el concepto decorativo de la forma. Si las piezas de por si carecen de peso, son mucho más livianas que cualquier material, el suspenderlas mediante unos hilos de pescar les aporta la condición o característica del “vuelo”, de la elevación, de ser esculturas ingrávidas, que juegan con el espacio. Ese puede ser el futuro de Miguel Bañuls, pero es sobre todo su presente.