Manuel Galdón. Diálogos en la Lonja. – Eduardo Lastres

Los lunes cierran la Lonja. Y hasta el martes, desde el domingo a los dos del mediodía, las obras se quedan a solas, y seguro que debaten entre ellas, charlan, discuten, incluso llegan a las manos. El arte es así, no tiene ninguna complacencia. Si el artista, cualquiera de ellos, ha conseguido un estatus real, verdadero, de ahí no lo baja ni Dios. La exposición de El arte del Coleccionista, en la sala A, está llena de nombres, de fechas, de artistas que hablan desde una misma altura. Algunos de ellos son más de lo que dicen. Julio González se nos pronuncia desde la experimentación alrededor de la Montserrat que expuso en la Exposición Universal de París, en el pabellón español. Pero Tapies, Gordillo, Millares, Darío Villalba, Urzay, Sempere, Iturralde, Mompó y otros tantos también imponen sus fronteras, “de aquí no pases”. 
En la sala del centro diferentes pintores gritan más que hablan sus recursos ante la sociedad. Pero en el otro extremo, en la sala C, la más pequeña de la Lonja, Manuel Galdón ha levantado un púlpito y ha bajado a un pequeño pozo, nos sitúa en esa distancia entre los que miran y son mirados, mientras una niña entre líneas azules debate que el mar es un universo de colores azules que viven en el Mediterráneo. Galdón ha entendido que la sala, como en otras muestras de Arte Último 21 días, es un espacio para la experimentación, no solo para la muestra de la obra personal, de la pieza única, sino del conjunto de obras y espacio y del diálogo que deben establecer entre ellas. Sus dibujos nos hablan de personajes que quizá en algún momento nacieron del cómic, de su trabajo en una industria como la de Walt Disney. Allí aprendió a ser visto, pero para ser Manuel Galdón tuvo que repensar sus imágenes y ver de qué manera las personas, los niños, los perros, los objetos, la vida en general, cobraba el sentido que él pensaba que podía tener. Galdón nos habla de esas masas de gente que miran esperando ser mirados. Están en aparente tranquilidad pero expectantes, mirándonos a los ojos directamente. ¿No piensan? Sí, todo el dibujo reclama una idea de sociedad, de la colectividad. Manuel nos habla de que el dibujo es la parte fundamental, la primera expresión del ser humano, una forma de entender el mundo, de mostrar lo que de interés tiene para todos nosotros. En la pieza central de la instalación alude a los frescos de Goya, en la iglesia de san Antonio de la Florida, en los que los personajes, sus manolas, se dejan ver como los personajes de Manuel, que nos miran desde arriba como si el mundo se redujera a esa esfera pequeña abarcable desde una sola mirada. Como una célula que pones debajo del microscopio, para observar su naturaleza. 
El dibujo inspira a la mente y al cuerpo, es el resultado de pensar la realidad, de hacerla revivir en el papel o en el muro o en el techo de la caverna. El dibujo adquiere un sentido de importancia capital que nos demuestra que aunque la vida, desde el objetivo de una cámara fotográfica, se puede ver en su dimensión más exacta, es el ojo humano el que nos trasmite toda la sensación, todas las ideas, todos los recursos que necesitamos para servirnos de ellos, de su imagen, y así poder exteriorizar lo que de bello u horrendo tienen este mundo. Pero no es una cuestión de estética, sino de escribir sensibilidades, amar las líneas, los signos, las palabras, que dan fe de toda nuestra vida. 
El dibujo tiene como todo lenguaje plástico sus formas de expresarse. A un dibujo realista se le imprime una manera de definir un momento histórico, visual, mientras que un dibujo figurativo, no realista, como el de Galdón, posee una mayor libertad a la hora de conjugar y definir registros. Aunque sin duda en esa búsqueda de una síntesis del dibujo, que nos trasmite con una aparente facilidad, pero que no es tal, sino como producto de un análisis, y quizá la razón por la que unifica los rostros en elementos comunes, dejando para otro momento la expresividad que sin duda tiene capacidad y dominio para desarrollar. Las líneas que surgen de su mano, de su oficio buscan, como en el caso de la niña en ese mar de azules, la descomposición del dibujo hacia la abstracción, que no descomposición. De ahí que este artista haya desarrollado algunas piezas escultóricas que contienen esa especie de dibujo en el que el juego de las líneas nos lleva a una concepción del ritmo y lo decorativo que ha recorrido la historia del arte desde sus inicios, desde las metopas griegas a la linealidad de Sempere, por ejemplo. En las líneas que buscan la abstracción, diluirse en ese mar azul de infinitas líneas, está el deseo cierto de recorrer dos caminos: la referencia figurativa, con la niña, los grupos de gente, y la perdida de la referencia real, con una linealidad en la que aparecen unos ritmos que estructuran las formas y líneas de fuerza que cubren un espacio plástico. 
Las obras del Galdón menos figurativo dialogan en la otra sala con Palazuelo, en una similar búsqueda de la abstracción, Galdón no utiliza la línea recta ni el ángulo, ni la ruptura de la línea sino una sinuosidad que le lleva a ese sentido de la variación. Palazuelo, aunque también jugó en su momento con la línea sinuosa, resuelve el espacio por medio de la geometría, con el predominio de la recta en esa visión del espacio como repetición de formas armónicas, sus infinitas variaciones y elementos dispersos, está la necesidad del ser humano de componer, de estructurar, de crear arte. De la misma manera Manuel Galdón entra en diálogo con otros artistas de la sala A de la Lonja, no solo con Palazuelo, también con Luis Fega, Luis Gordillo, con Urzay, Julio González,….

Por Eduardo Lastres.

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