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Hay un Madrid en el que siguen latiendo las noches de verbena y las mañanas de Rastro. El mismo Madrid que, con sus voceos, evocan las últimas castañeras y los barquilleros. La gran urbe que hoy se alza entre rascacielos no ha borrado de su genealogía los tiempos en los que su extensión se medía en barriadas y descampados.