Hoy, en el registro social más amplio percibimos una gran desconexión con la cultura, incluso abundando en un cierto resquemor o desconfianza. Este desprecio tiene como base la desinformación que desde la mala gestión de la educación ha propiciado la política que se ha desarrollado en este país, casi desde siempre. Se ha creado un abismo entre la sociedad y los profesionales de la educación y del conocimiento. Incluso en disciplinas como la medicina, hemos visto como sus profesionales son cuestionados aunque su valoración es importante pues de ello depende nuestra salud, la salud de todos, cultos o no. Pero cuando nos adentramos en otras ciencias menos prácticas, como la filosofía, la literatura o el arte plástico, entonces las cosas cambian radicalmente. ¿Podemos decir que en España se valora el trabajo del pintor o del escultor? Evidentemente no, pero ni siquiera otros profesionales de otras disciplinas del conocimiento tienen una valoración real del trabajo del artista plástico. Un médico o un abogado, por lo general, salvando las excepciones, no aprecian el trabajo del arte. Es común cuestionar, cuando alguien va a hacer la carrera de Bellas Artes, sus perspectivas de futuro, ¿pero, se puede vivir de ello? Y es que tienen razón. En España es dificilísimo vivir de la pintura o de la escultura, qué decir, del videoarte o de la performance, u otras formas de arte todavía menos entendidas. Sin embargo el juicio sobre las obras de arte es ejercido por todos, como si la preparación del individuo, su conocimiento para juzgar, nada importara. Se habla del gusto como un valor, me gusta, no me gusta, como único argumento, sin que haya un verdadero análisis de la obra. Entendiendo que solo la mirada basta para dar un juicio. Y esto es tan erróneo como pensar que se puede entender una fórmula química o un discurso filosófico sin preparación para ello. ¿Pero qué diferencia hay? Se ha tomado como norma que el arte lo hacen personas desnortadas, o por decirlo de otra manera, individuos extrañamente inmersos en sus propios mundos. Se ha construido la imagen del bohemio, del marginal, dependiendo de la época, para alejarlo de la normalidad. De eso se trata, de actividades hechas por personas fuera de la realidad diaria, por lo tanto ajenos a las cosas de este mundo. Esta idea del artista, del arte, ha calado en todos los ámbitos sociales. Se piensa que la obra de arte surge de manera espontánea, como si no hubiera en ella un verdadero conocimiento, no solo de las técnicas propias, sino de las que se corresponden con un conocimiento de la realidad y de las otras formas del saber. Y este es el error garrafal que se comete con la mayoría de los artistas, a los que solo se respeta si son famosos, es decir, Tapies, Picasso, Miró, Barceló…, es decir, si su obra se valora a precios desorbitados. Considerando que a algunos, a veces, les salen obras con cierta gracia. Pero, en este juego de desinformación, algunos artistas también han caído en esta confusión en la que vive el arte. Sobre todo en la creencia de que el esfuerzo del conocimiento, del dominio, de la investigación, en el arte plástico no se nota. Al contrario de lo que ocurre con otras artes como la danza, en la que sí se entiende que hay no solo una gran disposición sino un gran trabajo detrás. Quién es el que se siente capaz de dar saltos y giros, o contorsionar su cuerpo hasta lo imposible sin preparación. Qué decir del músico, que ha de dominar un instrumento, y en su interpretación ha de trasmitir todo su conocimiento, emocione o no, aunque su discurso es sin duda más entendible. Pero volviendo al arte plástico, como digo, algunos hacedores han caído en esa trampa, creyendo que su arte viene de no se sabe qué nube o musa. Consolidando esa ambigüedad e indefinición que vive la sociedad sobre la valoración del arte plástico, en la que son no muchos los artistas que fían su actividad a un trabajo de conocimiento e investigación. Pero la falta de formación para tener una valoración correcta del arte ha llevado a que algunos artistas no inviertan en su propia formación, que creen que no va a ser apreciada. Se ha creado esa sensación de aleatoriedad en la que el único juicio sobre la obra de arte se basa en que se aprecia solo con la vista, no en la lectura culta. Se juzga la obra de arte desde la mirada virgen, intuitiva, ¿pero podríamos juzgar otras actividades, como la física o la filosofía, desde el desconocimiento? Pues no. Así desde esta perspectiva, son los propios artistas, con argumentos sólidos, conceptuales, los que deben contribuir a defender una profesión compleja y difícil, tanto como cualquier otra, dedicada a investigar en el conocimiento, que ha sido referente universal en otro tiempo, para otras disciplinas del saber y el progreso social. Como en el Renacimiento, por ejemplo, cuando los artistas eran verdaderos protagonistas de la historia de los pueblos. Pensemos en Miguel Ángel, Leonardo, pero también Borromini o Alberto, constructores de palacios, catedrales, puentes, además del ideario en el que se basaban sus sociedades. Ante solo la mirada virgen, yo reclamo la necesidad de la mirada culta, pues solo ella nos puede dar el verdadero valor del trabajo artístico, solo con el conocimiento se puede tener una mirada sin prejuicios, con la verdadera comprensión de lo que es el arte.