Entre las artes visibles en el espacio urbano, la arquitectura y la escultura constituyen la imagen de la sociedad ante la propia sociedad. A veces se olvida con demasiada facilidad que el registro visual que la sociedad deja en el exterior, en la calle, en el urbanismo, es el que prevalece para la mirada posterior, aunque en muchas ocasiones solo quede el documento fotográfico de un edificio, plaza, paseo o momento histórico. Las exposiciones del archivo fotográfico municipal o de colecciones particulares, sobre el Alicante antiguo, que se nos muestran en la Lonja con cierta asiduidad, nos remiten a esa construcción de urgencia y destrucción de ciudad, que no cumple los mínimos requisitos que significan el proceso intelectual y racional de cómo construimos nuestros espacios. Las ciudades españolas en la postguerra nos muestran nuestra historia, son el recuerdo viva de nuestros procesos sociales, incluso de la destrucción consciente de nuestra memoria. Si analizamos construcciones como las “mil viviendas”, felizmente desaparecidas, comprobamos cómo la construcción de la vivienda para el pueblo que, en la Italia fascista dio lugar a una arquitectura bastante digna, en España fue un despropósito, un insulto para la dignidad humana. Un mal diseño, espacios estrechos y oscuros, materiales muy poco nobles, paredes de papel. Todo lo necesario para convertir la pobreza en miseria, en suburbio. Pero qué ha ocurrido con el urbanismo, con las esculturas urbanas, con los espacios de ocio, de reunión, de paseo…. Desde finales de siglo XIX hasta prácticamente la guerra civil, hubo un proceso de adquisición e implantación en la ciudad de esculturas conmemorativas, fuentes…. Pero prácticamente después de la guerra hasta casi los años ochenta no se volvería a erigir, al menos en Alicante, una escultura que ocupara el espacio urbano. Sin embargo la arquitectura que seguía la tradición de los años treinta y cuarenta, en los sesenta, setenta, comienza a protagonizar el mayor desbarajuste que han sufrido las ciudades españolas, sin ninguna personalidad y sobre todo sin recurrir al lenguaje propio que la arquitectura estaba imponiendo en el resto de Europa. Si el sector del arte ha exigido el concurso público para la ubicación de la escultura en el espacio urbano, qué ha ocurrido con la arquitectura. A pesar de diversas normativas de regulación del espacio, hemos asistido a la ocupación invasiva de nuestra primera línea, la mezcla de estilos, volúmenes, alturas, la destrucción de plazas, edificios históricos…. La escultura pública ha ido ocupando espacios mínimos en este proceso, e inevitablemente también lo ha hecho desde la desinformación. En la mayoría de las esculturas públicas, la elección ha sido bastante arbitraria, al gusto del político, sin conocimiento de la verdadera dimensión de la escultura pública contemporánea. Pero siendo mínimo el espacio que ocupa la escultura en el espacio urbano, en comparación con la presencia omnímoda de la arquitectura, sin embargo existe la idea peregrina de que el arte, la obra de arte pública debe tener mayor rigor que el entorno que ocupa o que la rodea, significándose con determinadas filosofías que aluden a un cierto comportamiento social en el que el principio democrático pareciera como el único recurso. La repercusión de la arquitectura en la mirada del espectador, del ciudadano, es mucho más hiriente, demoledora, que el de las pocas esculturas repartidas en la ciudad. Habría que exigir una mayor coherencia en las críticas y análisis del por qué de nuestra imagen urbana. Pues el hecho arquitectónico, urbanístico define mucho más la actitud en el ciudadano. La arquitectura condiciona no solo nuestra mirada, también nuestro comportamiento, la convivencia, de manera muy relevante en cuanto que la confusión crea una indefinición en el individuo, en su pensamiento, sobre todo, al no poder tener elementos de juicio para saber qué es lo que diferencia lo bueno de malo.
Esta ciudad ha sufrido, a pesar de algunos buenos propósitos, una degradación en cuanto a la imagen absolutamente brutal y por supuesto no es la escultura la que provoca ese desasosiego, aunque esculturas malas y fuera de contexto las hay sin duda. Pero seamos un poco serios. No podemos cuestionar lo inadecuado de algunas esculturas y su ubicación en el espacio urbano, sin cuestionar la multiplicidad de gustos, estéticas, materiales, alturas, volúmenes que compiten en la arquitectura. Creo que este país necesita de una profunda revisión de sus formas de entender la relación entre el poder político, económico, y la sociedad. Una revisión que debe pasar por el consenso entre los diferentes sectores que la constituyen. Aunque el desaguisado actual es casi irrecuperable, se puede innovar en estrategias de restauración y de remodelación que nos sorprenderían. Alicante es una ciudad que ha perdido casi toda su personalidad, incluso, para pasar a ser una ciudad anodina, estéticamente irrelevante. El urbano se ha convertido en un espacio para la agresión, el vandalismo, no para la convivencia. Las ciudades son memoria e imagen de su sociedad, y podemos transformar esa imagen. En algunas ciudades de Europa, Italia, como Florencia y muchos de sus pueblos, han entendido que hay momentos en los que la hibridación entre las distintas artes se plasma en esta memoria, la obra pictórica, escultórica, pero también la urbanística y arquitectónica. Uno puede sentir al pasear por estas calles, las distintas épocas y el respeto por el pensamiento de estos otros momentos, entendiendo que la cultura es un todo y que entre todos debemos procurar no destruirla.
por Eduardo Lastres